Por Jesús Vega Mesa |
Estuve ayer con un compañero y lo encontré más que vencido. Derrotado. Decía que está harto de convocar a los jóvenes para la confirmación o para hablar de algún tema que él considera de interés y nadie acude. Asegura que no hay nada que hacer. Y que no va a seguir perdiendo el tiempo. Se conformará con lo que ya hay en su parroquia.
Yo tampoco tengo soluciones. Pero sigo cantando con Luis Fonsi que no
me doy por vencido. Ni muchísimo menos. No se puede trabajar para la
juventud o con la juventud si no se tiene el mínimo de fuerza para
resistir la tentación de abandonar.
Estoy muy cercano a una asociación juvenil, Vida Solidaria, y compruebo
que también ellos tienen dificultades para mantener la fidelidad a
las reuniones o los compromisos que se van tomando. Lo que hace que la
asociación de mantenga es porque algunos “no se dan por vencidos” y
siguen contra viento y marea, participando, animando y reuniéndose
aunque sólo vengan cinco.
No entiendo que un concejal o un cura se rindan. Un cristiano que tire
la toalla… dudo que sea cristiano. Un político desanimado porque la
juventud no responde, tendrá que plantearse su cargo. Y mucho menos
que se tranquilicen culpando a la juventud de todos los males. Hay una
actitud que se llama autocrítica que es lo que hay que hacer. Lo que
pasa que eso cuesta mucho. Todos recordamos multitudes de jóvenes en
los templos. Si ahora no están, tal vez es que hay algo que no estamos
haciendo bien. Quizás seguimos con los mismos esquemas de hace sesenta
años. Tal vez no sabemos animar a los adolescentes. A lo mejor hay que
ser más humildes y olvidarnos de las masas.
Yo quiero una Iglesia joven. Y alegre, y entusiasta. Y humilde.
Y quiero instituciones públicas que trabajen con la juventud sin buscar
sólo la inmediatez . Hay que trabajar sin esperar el éxito inmediato que
conduce a la decepción. Trabajar con los jóvenes exige paciencia,
serenidad, y mucha, muchísima humildad.
Yo, yo no me doy por vencido
Juro que vale la pena esperar, y esperar y esperar un suspiro
Una señal del destino
No me canso, no me rindo, no me doy por vencido.