Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú:
donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú;
donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.
Sé el que apartó la piedra del camino,
el odio de los corazones y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser sano y la de ser justo;
pero hay la hermosa, la inmensa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho,
si no hubiera en él un rosal que plantar, una empresa que emprender.
No caigas en el error de creer que sólo se hace mérito
con los grandes trabajos; hay pequeños servicios:
regar un jardín, ordenar unos libros, peinar a una niña.
El servir no sólo es tarea de seres inferiores.
Dios, que da el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamársele así: El que sirve.
Y tiene sus ojos en nuestras manos y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?
Servir ¡Oh Dios...!
Tú que estás en este sol cálido, en el fruto.
Tú que unes cosas y hombres; que me has puesto
un corazón pronto al sentimiento, oye mi voz:
¡Que no haya guerra, llantos y temores!
Aleja el mal del alma de los hombres.
Quiero servir con mi ruego a todos los que luchan
y a todos los que esperan.
¡Si mi cuerpo no está presente, mi alma está con ellos!
Te ofrezco mis ojos húmedos mirando el cielo...
Mi boca fresca repitiendo este ruego...
¡que es mi modo humilde y sincero de servir hoy y siempre..!
Gabriela Mistral