viernes, agosto 30, 2024

MANOS LIMPIAS Y CORAZÓN PODRIDO (XXII B)

(Mc. 7,1-8.14-15.21-23)

Me llena de emoción la contagiosa libertad de Jesús picapedrero que tuvo el valor de enfrentarse con la institución religiosa y con los rituales de purificación externa que él no practicaba.

Pero lo más fuerte es que además, creó escuela con un grupo de amigos que aprendieron de él a saltarse la práctica de lavarse las manos, como se pone de manifiesto en el texto evangélico, donde deja muy claro, frente a la observancia de los fariseos, que lo esencial es la limpieza del corazón.

Si nuestro corazón está limpio... también lo estarán nuestras manos.

Porque las manos, podemos decir, que brotan del corazón y se despliegan como si fueran las herramientas de nuestra alma.
En este sentido, las manos son mucho más que una parte de nuestro cuerpo... son un signo de la dualidad que somos, al ser capaces
- de hacer el bien o el mal,
- de crear o destruir...

De hecho hay
- manos trabajadoras y manos ociosas,
- manos que producen riqueza y manos que la acaparan,
- manos que utilizan herramientas para cultivar la tierra y manos que empuñan armas para destruir y propagar la guerra...

Pero lo que hagan nuestras manos dependerá siempre de lo que sienta nuestro corazón.

Por eso, las huellas dactilares de nuestras manos encierran múltiples historias de luchas y de sueños, de logros y de fracasos...
+ Hay manos que se desgastan en el trabajo diario...
Manos
- que labran la tierra,
- que conservan,
- que restauran,
- que moldean,
- que transforman
el barro en arte,
el silencio en música y
el dolor en esperanza ....

+ Pero las manos no son solo instrumentos de trabajo sino tambien de comunicación y de conexión con los demás...
Manos
- que se estrechan,
- que acarician,
- que se entrelazan y
- que se unen en gestos de amor y de consuelo...

+ Y también las manos simbolizan nuestra capacidad para superar las adversidades y para seguir adelante...
Manos
- heridas y cansadas...
- que a pesar del dolor y del cansancio, se niegan a rendirse...
- que resisten,
- que luchan,
- que se alzan,
- que se despliegan en marea, como un grito unánime de millones de seres humanos que inundan los caminos del mundo reclamando justicia y libertad...

Por todo lo cual, vemos que las manos trascienden su papel físico para convertirse en un símbolo de creación, de lucha, de solidaridad y de esperanza.

Nuestras manos deben ser un canto a la vida, a la belleza que nace de la fragilidad y a la fuerza que nace del amor y de la unidad.

Por eso no debemos consentir que nadie nos engañe con
- enjuagues de manos,
- estirones de piel o
- sesiones de manicura...
cuando, en realidad nos puede estar pasando algo bastante más grave:
tener las manos salpicadas de sangre y el corazón podrido al hacernos cómplices de la injusticia del mundo.

Manuel Velazquez Martín.

ESCUCHA ISRAEL. ESCUCHA IGLESIA. ESCUCHA TÚ TAMBIÉN
Policarpo Díaz

En torno a la Palabra de Dios del Domingo XXII del tiempo ordinario, ciclo B.

“Escucha Israel”. Esta es una fórmula muy importante, que sugiere que lo que a continuación se va a decir viene de Dios y es vital y lo esencial para el pueblo. Se va a proclamar la Ley, los mandatos que él debe de cumplir para hacer la voluntad de Dios. Al cumplir esta voluntad, el pueblo de Israel va a ser inmensamente feliz. La ley es ley de vida y libertad, no dura imposición y carga.

Además de esta lectura del Deteuronomio y del Salmo salmo 14, que va en la misma onda, comenzamos en este domingo –como segunda lectura- con la Carta de Santiago, que es una mezcla de la tradición de los profetas del Antiguo Testamento y del mensaje más vivo y fresco de Jesús. Por eso es una carta muy viva, muy directa, muy bella. Dice cosas preciosas, ya lo iremos descubriendo en los próximos domingos. En las cosas que dice hoy, hace un maridaje precioso con los textos que la preceden y con el Evangelio de Marcos.

La carta de Santiago hoy nos habla de cosas muy “teológicas” y básicas. 

Primero: Todo lo bueno viene de Dios. O lo que se lo mismo: de Dios no sale nada malo. (no andemos pensando como los fariseos que necesitamos purificarnos tanto y restregar bien las manos, para evitar que la impureza exterior se nos "cuele" para dentro)

Segundo: Nos ha engendrado a cada uno de nosotros para que seamos “primicias”, es decir el mejor fruto de la cosecha, que es el primero. Por eso no podemos vivir de cualquier manera. (Somos creaturas hermosas salidas de la mano de Dios y unidos al creador si queremos ser felices y fecundos)

Tercero: la centralidad de la Palabra, que no es para escucharla solo, sino también para vivirla. (La Palabra es nuestra ley y es una Palabra de libertad que se certifica y contrasta en la vida, para no caer en eso de "este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mi")

Y Cuarto y último (por hoy): La verdadera práctica religiosa consiste en el amor y en la caridad. Escuchar y acoger la palabra nos lleva al amor.

Y como Evangelio, otra vez, de nuevo, la liturgia de la Palabra continúa con el Evangelio de Marcos, después de este paréntesis con el Evangelio de Juan. Desde el 21 de Julio (¿Os acordáis: Jesús conmovido porque al ver a la gente las veías como “ovejas que no tienen pastor”?)

Ahora nos presenta a un Jesús en controversia y disputa con los fariseos. Jesús les recrimina por haber montado una religiosidad de tradiciones humanas y preceptos exteriores, estando su corazón lejos de Dios. Una religión con ley, pero sin Dios. “Religados”, no a Dios, sino a las normas y preceptos. Éstos, querían que se cumpliera la ley y las leyes... Había más de 600 leyes (unas positivas: “Haz esto...”, otras negativas: “No hagas esto...”). Para mucha gente era imposible cumplirlas, porque ni siquiera se las sabían (problemas como por ejemplo no saber leer, o no tener capacidad para la memoria, o ser frágil de voluntad...). El caso es que, para los fariseos, el cumplimiento de las leyes era esencial. Jesús quiere explicar que la “ley” es otra cosa, más libre, más vinculada al amor, que ayuda a liberar el corazón no a atarlo en preceptos vacíos.

Ayúdanos Señor a unirnos a ti, ligarnos a ti, de corazón, con la vida, con autenticidad, con amor… Que cumplir la ley sea amarte a ti y al prójimo, tener un sano equilibrio entre la espiritualidad verdadera y sincera y un amor claro y sincero por los más pobres y necesitados. Porque eso es lo que te complace, porque esa es la ley del amor.


sábado, agosto 24, 2024

EL JESÚS PICAPEDRERO

Conviene recordar que los manuscritos originales de los evangelios fueron escritos en griego. Y la palabra griega que utilizan para referirse al oficio de Jesús y de su padre José, es "tektón" que se usaba para designar a quien se ganaba la vida construyendo algo con sus manos. La traducción literal de " tektón" sería la de artesano u obrero de construcción, que lo mismo podía trabajar la piedra, el barro, la madera o los metales...

Sin embargo, analizando el contexto y la geografía donde vivió y trabajó Jesús, la madera no constituía parte principal de ninguna construcción. Las casas estaban hechas principalmente de piedra, especialmente en Nazaret, conocida por su rudimentaria arquitectura, su escasa población y sus limitados recursos.  Además la madera no era nada abundante en aquella región... y ser carpintero en Nazaret sonaría tan raro como ser esquiador en África.

Y si esto es así ¿cómo se explica entonces, que el término griego "tektón" se haya traducido por carpintero? Parece que este término apareció por primera vez en la traducción de la Biblia al idioma inglés hecha por William Tyndale en 1526 y así se siguió haciendo, a través de los años, en otras traducciones en los distintos idiomas europeos.

Para que esto ocurriera influyeron, sin duda, miles de años de pinturas medievales representando a Jesús como un carpintero europeo, usando herramientas europeas para hacer muebles de estilo europeo en un taller europeo. Pero no podemos ignorar la evidencia de los datos que nos proporciona la arqueología y la etnografía.
En una tierra como Galilea, donde hay piedras por todas partes y escasos arboles, un artesano trabajaba principalmente las piedras y no la madera.

Así se explica que mientras solo existen en el evangelio dos parábolas que se refieren al trabajo en madera, se hace referencia más de 40 veces, a las labores de construcción relacionadas con la piedra.
Lo cual me afirma en la convicción de que Jesús era picapedrero y que trabajaba en todas las estructuras que él mismo menciona en sus parábolas: casas bien asentadas sobre roca, prensas de vino, piedras de molino, lápidas, atalayas, cercas de viñedos, torres de vigilancia, cisternas, graneros...

Además, ahora sabemos que Nazaret estaba a cinco kilómetros de la ciudad de Seforis donde se hicieron grandes obras de remodelación que requirieron la participación de numerosos albañiles y picapedreros del área circundante... y tambien sabemos, que a medio camino entre Nazaret y Seforis aún existen los vestigios de la enorme cantera de roca que hacía posible estas obras (2° foto: canteras de piedra a mitad de camino entre Nazaret y Seforis). Y a todo esto, hay que añadir las multiples referencias a las piedras que hay en toda la peripecia vital de Jesús y a lo largo de todo el Nuevo Testamento: Jesús, piedra rechazada por los arquitectos de este mundo injusto y piedra angular que sostiene la vida de muchos otros. 

Esto es algo que me llena de emoción... y por eso, un día tuve el atrevimiento de plasmarlo en un poema:

Rompiste las aguas
del cálido vientre,
en piedra ahuecada
de frío pesebre.

Tomaste el camino
de viajar sin nada,
con piedra rugosa
por dura almohada.

Entraste en la noche
envuelto en sudario,
sobre piedra herida
de duro calvario.

En tumba sellada,
lienzos de mortaja,
del amor más grande,
piedra que no encaja.

Del sepulcro nuevo
se abrió una rendija,
removió la piedra
y estalló la vida.

Tú, el canto rodado
y la piedra ahuecada;
Tú, el guijarro humilde
y la roca afilada.

Tú, el currante nazareno,
Dios y pobre verdadero
y el artesano eficiente
del ladrillo y el mortero.

Tu, Jesús, Hijo del Hombre
y mi Dios picapedrero.

Tú, vivirás para siempre
en este gran laberinto
de eterna luz y de sombra
que compone el empedrado,
que hoy habita en mi memoria.

Manuel Velázquez Martín.

martes, agosto 20, 2024

PARTIENDO DE LA EXPERIENCIA PERSONAL - SOBRE PASTORAL E HISTORICIDAD

Desde que a inicios del siglo XX los intelectuales fueron aceptando la idea de "historicidad" como un rasgo importante del pensamiento humano, la manera de interpretar lo frutos históricos de la búsqueda de la verdad ha cambiado muchísimo; yo diría que ha sido un salto casi cualitativo en la comprensión y la interpretación de la historia del pensamiento.

Ciertamente es un descubrimiento enorme llegar a comprender que nuestro pensamiento no participa de modo natural de un mundo de ideas preconcebidas, inalterables y eternas, sino que siempre se fundamenta en los apriorismos culturales recibidos de las generaciones anteriores y en las analogías de la propia experiencia. Esto es: nuestro pensamiento siempre es un pensamiento encarnado en la cultura y nuestra visión de la realidad siempre está condicionada por ese rasgo; pero esto no quiere que no podamos conocer firmemente la realidad, sino que debemos añadir siempre a todo conocimiento el calificativo de condicionado para conocerla mejor. Dejar siempre la puerta abierta ...

Esa actitud nos ayudará siempre a comprender a los demás, a entender las variedades y a ver en qué parte del pensamiento del otro podemos coincidir o acordar. Porque, parafraseando a san Mateo cuando el Señor da los consejos a los discípulos, ¿cómo amar al enemigo si no soy capaz de comprender el fundamento condicionado de su pensamiento?

Pero ahora yo quiero aplicar ese concepto de "historicidad" a la labor pastoral. En todos los cuerpos sociales hay y habrá siempre gente de todo tipo: personas muy interesadas en lo que hacen, personas que se refugian para sobrevivir, personas que lo único que les preocupa es acabar cuanto antes sus obligaciones, personas desengañadas... pero me consta que en el colegio clerical hay muchos que buscan hacer un buen trabajo, que quieren ayudar a la creencia de las personas y apoyar que abran los ojos. Tarea dificilísima, como poder comprender, que compartimos con todos los educadores del tipo que sean.

Todo sacerdote enamorado de su quehacer ha tenido que considerar situaciones, actitudes, pensamientos que no casaban bien con lo que él había aprendido o él esperaba. Ha debido abandonr su comodidad intelectual para repensar esa verdad que le había llevado al sacerdocio y poder aplicarla a esas situaciones.

No es necesario que recuerde la inmensa verdad de tales: aceptar la homosexualidad como condición humana, la ruptura del amor de pareja de manera irrecuperable, la carencia de compasión en situaciones límites, la sexualidad como instrumento de liberar presión, la religiosidad servida como arma de guerra, la condena de la diversidad, la utilización de la palabra de Dios y de formas religiosas para los intereses propios. (me perdonaréis que cite en este apartado las oraciones públicas hechas para contrarrestar las opiniones políticas de otros), la pretensión de tener razón simplemente por ser un ordenado "in sacris" o tener un cargo .... y tantas., tantísimas más.

En todos estos momentos, consciente o inconscientemente, para poder cumplir con su misión de ser profeta del Altísimo anunciando al pueblo "que le llega ... un sol que viene del cielo...". se ha tenido que aplicar la idea de "historicidad", incluso en verdades dogmáticas. Esos ratos de incertidumbre, de contradicciones versus lo que hasta ahora se ha tenido como fundamento, de preguntas sobre lo que hay que hacer o no hacer ... producen gran desasosiego y, a veces incluso, han provocado el abandono del ministerio, pero la tarea de interpretar los fugaces relámpagos de luz en la oscuridad, que hemos de hacer continuamente, no hay que despreciarla. ¡Tantos misioneros, tantos teólogos, tantos educadores y pastores que se han planteados nuevas interpretaciones ... no deberían ser ignorados!

Creo que todas estas soluciones particulares a los conflictos que existen en la realidad, que son diarios y miles, son un gran tesoro de la fe que acompaña la realidad histórica. Es un fondo en el que había que profundizar, que se tenía que estudiar teóricamente y que debía considerarse como evolución de la fe de la Iglesia.

Y ahí encontré una tarea nueva para los obispos y superiores generales; una tarea de escuchar toda esa variedad, de llevarla a mayor claridad, de alzarla a las estructuras superiores, de crear centros de estudio sobre ellas, etc. Tal tarea equilibraría mucho el trabajo, siempre, ingrato y aburrido, de representación a la que los obispos están abocados. Pero eso necesita de tiempo de escucha, de proximidad y de paciencia, mucha paciencia y mucha esperanza.

Mosén Joan B. Almela i Hijalva. Junio de 2024

jueves, agosto 15, 2024

Jesús y las mujeres


Eduardo Sanz de Miguel


El cuadro del artista valenciano Joan Costa se titula "Sacra limpieza. El día después". Representa a las mujeres después de la Última Cena. Los varones han desaparecido y las mujeres limpian. No es muy correcto históricamente, ya que en el grupo de Jesús los hombres y las mujeres realizaban las mismas tareas y el Viernes Santo las mujeres estaban junto a la cruz, pero nos sirve para reflexionar sobre las mujeres en los orígenes del cristianismo.

Comencemos recordando que, fuera del ámbito doméstico, como señora de su casa y madre, la mujer no merecía consideración en la sociedad judía del tiempo de Jesús. De hecho, era una propiedad de los varones. El decálogo, por ejemplo, presenta las «posesiones» del prójimo que el buen israelita no debe robar ni desear. Entre ellas está incluida la esposa (que no ocupa el primer lugar): «No desearás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa suya» (Éx 20,17).

Y los judíos piadosos rezan cada mañana: «Te doy gracias, Señor, porque no me has hecho gentil, ni esclavo, ni mujer». La tradición judía afirma: «Maldito el hombre que enseñe a una mujer» y «Mejor entregar la Ley a las llamas a permitir que la toque una mujer».

La situación no era muy diferente de la que hoy se puede ver en algunos países: sin poder decidir por sí misma ni aun salir de casa, si no es en compañía de un varón; sin permiso para hacer transacciones económicas ni para hablar con desconocidos.

Jesús, sin embargo, las trató como a seres humanos, respetándolas, acogiéndolas entre sus discípulos, enseñándoles, liberándolas. Hizo con ellas lo mismo que con los leprosos, los pecadores, los niños... en definitiva, con todos los débiles, los que no cuentan. En el evangelio no se idealiza a las mujeres, pero tampoco se las subordina a los varones. No hay distinción de personas a causa del sexo.

Jesús cura y enseña a las mujeres igual que a los varones y, al hacerlo, las presenta como símbolo de fe en el mundo judío (Mc 5,21-43) y en el pagano (Mc 7,24-30). Las mujeres son verdaderas discípulas. Sirven (Mc 1,29-31) y al hacerlo ofrecen lo que tienen, hasta su propia vida (Mc 12,41-44), ungiendo a Jesús para su entrega (Mc 14,3-9), formando parte de su evangelio.

Hermanos y hermanas integran por igual la nueva familia de Jesús (Mc 3,31-35; 10,28-30), con prioridad –si debiera haberla– para las mujeres, pues en ambos casos se incluye en la Iglesia a los hermanos y hermanas y a las madres, pero no la figura de los padres (ya que solo Dios es Padre).

Esposo y esposa son iguales y tienen los mismos derechos en el matrimonio (Mc 10,1-12; 12,18-27). No es la mujer la tentadora, culpable de los pecados del varón, es él el que peca si se deja llevar de la lujuria: «El que mira con lascivia a una mujer, ya ha cometido adulterio en su corazón» (Mt 5,28-29).

Ellas siguen de cerca a Jesús, están junto a la cruz y en el entierro y son las que descubren el sepulcro vacío, como culminación histórica del discipulado. Llegan donde nadie ha llegado, se mantienen donde todos han caído. A pesar de que su testimonio no tenía validez en un juicio (se puede recordar el caso de Susana en el libro de Daniel, acusada sin posibilidad de defenderse), o precisamente por ello, Jesús las eligió como primeras anunciadoras de su resurrección.

Por eso, aunque no sea capaz de sacar todas las consecuencias prácticas, san Pablo llega a afirmar que, entre los cristianos, «…ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3,28).