Sugerencias para un cristianismo del siglo XXI: dialogante, comprometido, plural, vocacional, misionero, en crecimiento
miércoles, marzo 28, 2018
El grito "Crucifícalo" lo monta un manipulador
Lo señaló, por ejemplo, Maximilano Arboleya en los años cuarenta del siglo pasado. No fue el pueblo sino los dirigentes del pueblo quienes montaron el asesinato de Jesús. Hoy lo dice Francisco.
domingo, marzo 18, 2018
sábado, marzo 17, 2018
viernes, marzo 16, 2018
jueves, marzo 15, 2018
¿Por qué Dios no ha impedido el asesinato de Gabriel? La experiencia de Juan Pablo II
El martes pasado un grupo de padres de catequesis estábamos tratando la cuestión de la oración. Inevitablemente salió el drama de la familia de Gabriel. En el diálogo compartíamos nuestras dudas: ¿Por qué Dios que no impide tales cosas? ¿Cómo sería el Jucio Final de la asesina? ¿Esta tiene perdón de Dios? Para algunas personas unas palabras iluminadoras son dos capítulos de un libro de Juan Pablo II. Alguien que ha conocido y experimentado sufrimientos muy hondos. Son los capítulos X y XI de "Cruzando el umbral de la esperanza". Escuchar a personas sencillas que perdonan y no piden venganza (como los mismos padres de Gabriel) puede ser más interesante todavía...
X. DIOS ES AMOR. ENTONCES, ¿POR QUÉ HAY TANTO MAL?
PREGUNTA: Grandes perspectivas éstas, fascinantes, y que para los creyentes serán además confirmación de su esperanza. Sin embargo, no podemos ignorar que en todos los siglos, a la hora de la prueba, también los cristianos se han hecho una pregunta que atormenta. ¿Cómo se puede seguir confiando en Dios, que se supone Padre misericordioso, en un Dios que -como revela el Nuevo Testamento y como Usted repite con pasión- es el Amor mismo, a la vista del sufrimiento, de la injusticia, de la enfermedad, de la muerte, que parecen dominar la gran historia del mundo y la pequeña historia cotidiana de cada uno de nosotros?
RESPUESTA: Stat crux dum volvitur orbis («la cruz permanecerá mientras el mundo gire»). Como he dicho antes, nos encontramos en el centro mismo de la historia de la salvación. Usted no podía naturalmente dejar de lado lo que es Jilente de tan frecuentes dudas, no solamente ante la bondad de Dios, sino ante Su misma existencia. ¿Cómo ha podido Dios permitir tantas guerras, los campos de concentración, el holocausto?
¿El Dios que permite todo esto es todavía de verdad Amor, como proclama san Juan en su Primera Carta? Más aún, ¿es acaso justo con Su creación? ¿No carga en exceso la espalda de cada uno de los hombres? ¿No deja al hombre solo con este peso, condenándolo a una vida sin esperanza? Tantos enfermos incurables en los hospitales, tantos niños disminuidos, tantas vidas humanas a quienes les es totalmente negada la felicidad humana corriente sobre la tierra, la felicidad que proviene del amor, del matrimonio, de la familia. Todo esto junto crea un cuadro sombrío, que ha encontrado su expresión en la literatura antigua y moderna. Baste recordar a Fiodor Dostoievski, Franz Kafka o Albert Camus.
Dios ha creado al hombre racional y libre y, por eso mismo, se ha sometido a su juicio. La historia de la salvación es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios. No se trata sólo de interrogantes, de dudas, sino de un verdadero juicio. En parte, el veterotestamentario Libro de Job es el paradigma de este juicio. A eso se añade la intervención del espíritu maligno que, con perspicacia aún mayor, está dispuesto a juzgar no sólo al hombre, sino también la acción de Dios en la historia del hombre. Esto queda confirmado en el mismo Libro de Job.
Scandalum Crucis, el escándalo de la Cruz. En una de las preguntas precedentes planteó usted de modo preciso el problema: ¿Era necesario para la salvación del hombre que Dios entregase a Su Hijo a la muerte en la Cruz?
En el contexto de estas reflexiones es necesario preguntarse: ¿Podía ser de otro modo? ¿Podía Dios, digamos, justificarse ante la historia del hombre, tan llena de sufrimientos, de otro modo que no fuera poniendo en el centro de esa historia la misma Cruz de Cristo? Evidentemente, una respuesta podría ser que Dios no tiene necesidad de justificarse ante el hombre: es suficiente con que sea todopoderoso; desde esa perspectiva, todo lo que hace o permite debe ser aceptado. Ésta es la postura del bíblico Job. Pero Dios, que además de ser Omnipotencia, es Sabiduría y -repitámoslo una vez más- Amor, desea, por así decirlo, justificarse ante la historia del hombre. No es el Absoluto que está fuera del mundo, y al que por tanto le es indiferente el sufrimiento humano. Es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, un Dios que comparte la suerte del hombre y participa de su destino. Aquí se hace patente otra insuficiencia, precisamente la falsedad de aquella imagen de Dios que el iluminismo aceptó sin objeciones. Respecto al Evangelio, eso constituye un evidente paso atrás, no un paso en dirección a un mejor conocimiento de Dios y del mundo, sino un paso hacia su incomprensión.
¡No, absolutamente no! Dios no es solamente alguien que está fuera del mundo, feliz de ser en Sí mismo el más sabio y omnipotente. Su sabiduría y omnipotencia se ponen, por libre elección, al servicio de la criatura. Si en la historia humana está presente el sufrimiento, se entiende entonces por qué Su omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la Cruz. El escándalo de la Cruz sigue siendo la clave para la interpretación del gran misterio del sufrimiento, que pertenece de modo tan integral a la historia del hombre.
En eso concuerdan incluso los críticos contemporáneos del cristianismo. Incluso ésos ven que Cristo crucificado es una prueba de la solidaridad de Dios con el hombre que sufre. Dios se pone de parte del hombre. Lo hace de manera radical: «Se humilló a sí mismo asumiendo la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (cfr. Filipenses 2,7-8). Todo está contenido en esto: todos los sufrimientos individuales y los sufrimientos colectivos, los causados por la fuerza de la naturaleza y los provocados por la libre voluntad humana, las guerras y los gulag y los holocaustos, el holocausto hebreo, pero también, por ejemplo, el holocausto de los esclavos negros de África.
XI. ¿IMPOTENCIA DIVINA?
PREGUNTA: Sin embargo, es muy conocida la objeción que muchos plantean: de este modo la pregunta sobre el dolor y el mal del mundo no se afronta de verdad, sino que sólo se pospone. De hecho, la fe afirma que Dios es omnipotente, ¿por qué, entonces, no ha eliminado y sigue sin eliminar el sufrimiento del mundo que Él ha creado? ¿No estaremos aquí ante una especie de «impotencia divina», como dicen incluso personas de sincera aunque atormentada religiosidad?
RESPUESTA: Sí, en cierto sentido se puede decir que frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse «impotente». Y puede decirse asimismo que Dios está pagando por este gran don que ha concedido a un ser creado por Él «a Su imagen y semejanza» (cfr. Juan 1,26). Él permanece coherente ante un don semejante; y por eso se presenta hombre, ante un tribunal usurpador que tas provocativas: «¿Es verdad que eres 18,38), ¿es verdad que todo lo que sucede en el mundo, en la historia de Israel, en la historia de todas las naciones, depende de ti?
Sabemos cuál es la respuesta que Cristo dio a esa pregunta ante el tribunal de Pilato: «Para esto nací y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Juan 18,37). Pero, entonces, «¿qué es la verdad?» (Juan 18,38). Y aquí acaba el proceso judicial, aquel dramático proceso en el que el hombre acusó a Dios ante el tribunal de la propia historia. Proceso en el que la sentencia no fue emitida conforme a verdad. Pilato dice: «Yo no encuentro en él ninguna culpa» (Juan 18,38 y 19,6), y un momento después ordena: «¡Prendedlo vosotros y crucificadlo!» (Juan 19,6). De este modo se lava las manos del asunto y hace recaer la responsabilidad sobre la violenta muchedumbre.
Así pues, la condena de Dios por parte del hombre no se basa en la verdad, sino en la prepotencia, en una engañosa conjura. ¿No es exactamente ésta la verdad de la historia del hombre, la verdad de nuestro siglo? En nuestros días, semejante condena ha sido repetida en numerosos tribunales en el ámbito de regímenes de opresión totalitaria. Pero ¿no se repite igualmente en los parlamentos democráticos cuando, por ejemplo, mediante una ley emitida regularmente, se condena a muerte al hombre aún no nacido?
Dios está siempre de parte de los que sufren. Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber aceptado libremente el sufrimiento. Hubiera podido no hacerlo. Hubiera podido demostrar la propia omnipotencia incluso en el momento de la Crucifixión; de hecho, así se lo proponían: «Baja de la cruz y te creeremos» (cfr. Marcos 15,32). Pero no recogió ese desafío. El hecho de que haya permanecido sobre la cruz hasta el final, el hecho de que sobre la cruz haya podido decir como todos los que sufren: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15,34), este hecho, ha quedado en la historia del hombre como el argumento más fuerte. Si no hubiera existido esa agonía en la cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar.
¡Sí!, Dios es Amor, y precisamente por eso entregó a Su Hijo, para darlo a conocer hasta el fin como amor. Cristo es el que «amó hasta el fin» (Juan 13,1). «Hasta el fin» quiere decir hasta el último respiro. «Hasta el fin» quiere decir aceptando todas las consecuencias del pecado del hombre, tomándolo sobre sí como propio. Como había afirmado el profeta Isaías: «Cargó con nuestros sufrimientos, [...] Todos estábamos perdidos como ovejas, cada uno iba por su camino, y el Señor hizo recaer sobre Él la iniquidad de todos nosotros» (cfr. 53, 4 y 6).
El Varón de dolores es la revelación de aquel Amor que «lo soporta todo» (1 Corintios 13,7), de aquel Amor que es «el más grande» (cfr. Romanos 5,5). En definitiva, ante el Crucificado, cobra en nosotros preeminencia el hombre que se hace parhcipe de la Redención frente al hombre que pretende ser encarnizado juez de las sentencias divinas, en la propia vida y en la de la humanidad.
Así pues, nos encontramos en el centro mismo de la historia de la salvación. El juicio sobre Dios se convierte en juicio sobre el hombre. La dimensión divina y la dimensión humana de este acontecimiento se encuentran, se entrecruzan y se superponen. No es posible no detenerse aquí. Desde el monte de las Bienaventuranzas el camino de la Buena Nueva lleva al Gólgota, y pasa a través del monte Tabor, es decir, del monte de la Transfiguración: la dificultad del Gólgota, su desafío, es tan grande que Dios mismo quiso advertir a los apóstoles de todo lo que debía suceder entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua.
La elocuencia definitiva del Viernes Santo es la siguiente: Hombre, tú que juzgas a Dios, que le ordenas que se justifique ante tu tribunal, piensa en ti mismo, mira si no eres tú el responsable de la muerte de este Condenado, si el juicio contra Dios no es en realidad un juicio contra ti mismo. Reflexiona y juzga si este juicio y su resultado -la Cruz y luego la Resurrección- no son para ti el único camino de salvación.
Cuando el arcángel Gabriel anunció a la Virgen de Nazaret el nacimiento del Hijo, revelándole que Su Reino no tendría fin (cfr. Lucas 1,33), era ciertamente difícil prever que aquellas palabras preludiaban tal futuro: que el Reino de Dios en el mundo se tendría que realizar a un precio tan alto, que desde aquel momento la historia de la salvación de toda la humanidad tendría que seguir un camino semejante.
¿Sólo desde aquel momento? ¿O también desde el inicio? El evento del Gólgota es un hecho histórico; sin embargo, no está limitado ni en el tiempo ni en el espacio, alcanza el pasado hasta el principio y se abre al futuro hasta el término mismo de la historia. Comprende en sí mismo lugares y tiempos, comprende a todos los hombres. Cristo es lo que se espera y es, al mismo tiempo, el cumplimiento. «No hay otro Nombre dado a los hombres bajo el cielo por el que esté establecido que podamos salvarnos» (Hechos de losApóstoles 4,12).
El cristianismo es una religión de salvación, es decir, soteriológica, para usar el término que usa la teologfa. La soteriología cristiana se centra en el ámbito del Misterio pascual. Para poder esperar ser salvado por Dios, el hombre tiene que detenerse bajo la Cruz de Cristo. Luego, el domingo después del Sábado Santo, tiene que estar ante el sepulcro vacío y escuchar, como las mujeres de Jerusalén: «No está aquí. Ha resucitado» (Mateo 28,6). Entre la Cruz y la Resurrección está contenida la certeza de que Dios salva al hombre, que Él lo salva por medio de Cristo, por medio de Su Cruz y de Su Resurrección.
X. DIOS ES AMOR. ENTONCES, ¿POR QUÉ HAY TANTO MAL?
PREGUNTA: Grandes perspectivas éstas, fascinantes, y que para los creyentes serán además confirmación de su esperanza. Sin embargo, no podemos ignorar que en todos los siglos, a la hora de la prueba, también los cristianos se han hecho una pregunta que atormenta. ¿Cómo se puede seguir confiando en Dios, que se supone Padre misericordioso, en un Dios que -como revela el Nuevo Testamento y como Usted repite con pasión- es el Amor mismo, a la vista del sufrimiento, de la injusticia, de la enfermedad, de la muerte, que parecen dominar la gran historia del mundo y la pequeña historia cotidiana de cada uno de nosotros?
RESPUESTA: Stat crux dum volvitur orbis («la cruz permanecerá mientras el mundo gire»). Como he dicho antes, nos encontramos en el centro mismo de la historia de la salvación. Usted no podía naturalmente dejar de lado lo que es Jilente de tan frecuentes dudas, no solamente ante la bondad de Dios, sino ante Su misma existencia. ¿Cómo ha podido Dios permitir tantas guerras, los campos de concentración, el holocausto?
¿El Dios que permite todo esto es todavía de verdad Amor, como proclama san Juan en su Primera Carta? Más aún, ¿es acaso justo con Su creación? ¿No carga en exceso la espalda de cada uno de los hombres? ¿No deja al hombre solo con este peso, condenándolo a una vida sin esperanza? Tantos enfermos incurables en los hospitales, tantos niños disminuidos, tantas vidas humanas a quienes les es totalmente negada la felicidad humana corriente sobre la tierra, la felicidad que proviene del amor, del matrimonio, de la familia. Todo esto junto crea un cuadro sombrío, que ha encontrado su expresión en la literatura antigua y moderna. Baste recordar a Fiodor Dostoievski, Franz Kafka o Albert Camus.
Dios ha creado al hombre racional y libre y, por eso mismo, se ha sometido a su juicio. La historia de la salvación es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios. No se trata sólo de interrogantes, de dudas, sino de un verdadero juicio. En parte, el veterotestamentario Libro de Job es el paradigma de este juicio. A eso se añade la intervención del espíritu maligno que, con perspicacia aún mayor, está dispuesto a juzgar no sólo al hombre, sino también la acción de Dios en la historia del hombre. Esto queda confirmado en el mismo Libro de Job.
Scandalum Crucis, el escándalo de la Cruz. En una de las preguntas precedentes planteó usted de modo preciso el problema: ¿Era necesario para la salvación del hombre que Dios entregase a Su Hijo a la muerte en la Cruz?
En el contexto de estas reflexiones es necesario preguntarse: ¿Podía ser de otro modo? ¿Podía Dios, digamos, justificarse ante la historia del hombre, tan llena de sufrimientos, de otro modo que no fuera poniendo en el centro de esa historia la misma Cruz de Cristo? Evidentemente, una respuesta podría ser que Dios no tiene necesidad de justificarse ante el hombre: es suficiente con que sea todopoderoso; desde esa perspectiva, todo lo que hace o permite debe ser aceptado. Ésta es la postura del bíblico Job. Pero Dios, que además de ser Omnipotencia, es Sabiduría y -repitámoslo una vez más- Amor, desea, por así decirlo, justificarse ante la historia del hombre. No es el Absoluto que está fuera del mundo, y al que por tanto le es indiferente el sufrimiento humano. Es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, un Dios que comparte la suerte del hombre y participa de su destino. Aquí se hace patente otra insuficiencia, precisamente la falsedad de aquella imagen de Dios que el iluminismo aceptó sin objeciones. Respecto al Evangelio, eso constituye un evidente paso atrás, no un paso en dirección a un mejor conocimiento de Dios y del mundo, sino un paso hacia su incomprensión.
¡No, absolutamente no! Dios no es solamente alguien que está fuera del mundo, feliz de ser en Sí mismo el más sabio y omnipotente. Su sabiduría y omnipotencia se ponen, por libre elección, al servicio de la criatura. Si en la historia humana está presente el sufrimiento, se entiende entonces por qué Su omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la Cruz. El escándalo de la Cruz sigue siendo la clave para la interpretación del gran misterio del sufrimiento, que pertenece de modo tan integral a la historia del hombre.
En eso concuerdan incluso los críticos contemporáneos del cristianismo. Incluso ésos ven que Cristo crucificado es una prueba de la solidaridad de Dios con el hombre que sufre. Dios se pone de parte del hombre. Lo hace de manera radical: «Se humilló a sí mismo asumiendo la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (cfr. Filipenses 2,7-8). Todo está contenido en esto: todos los sufrimientos individuales y los sufrimientos colectivos, los causados por la fuerza de la naturaleza y los provocados por la libre voluntad humana, las guerras y los gulag y los holocaustos, el holocausto hebreo, pero también, por ejemplo, el holocausto de los esclavos negros de África.
XI. ¿IMPOTENCIA DIVINA?
PREGUNTA: Sin embargo, es muy conocida la objeción que muchos plantean: de este modo la pregunta sobre el dolor y el mal del mundo no se afronta de verdad, sino que sólo se pospone. De hecho, la fe afirma que Dios es omnipotente, ¿por qué, entonces, no ha eliminado y sigue sin eliminar el sufrimiento del mundo que Él ha creado? ¿No estaremos aquí ante una especie de «impotencia divina», como dicen incluso personas de sincera aunque atormentada religiosidad?
RESPUESTA: Sí, en cierto sentido se puede decir que frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse «impotente». Y puede decirse asimismo que Dios está pagando por este gran don que ha concedido a un ser creado por Él «a Su imagen y semejanza» (cfr. Juan 1,26). Él permanece coherente ante un don semejante; y por eso se presenta hombre, ante un tribunal usurpador que tas provocativas: «¿Es verdad que eres 18,38), ¿es verdad que todo lo que sucede en el mundo, en la historia de Israel, en la historia de todas las naciones, depende de ti?
Sabemos cuál es la respuesta que Cristo dio a esa pregunta ante el tribunal de Pilato: «Para esto nací y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Juan 18,37). Pero, entonces, «¿qué es la verdad?» (Juan 18,38). Y aquí acaba el proceso judicial, aquel dramático proceso en el que el hombre acusó a Dios ante el tribunal de la propia historia. Proceso en el que la sentencia no fue emitida conforme a verdad. Pilato dice: «Yo no encuentro en él ninguna culpa» (Juan 18,38 y 19,6), y un momento después ordena: «¡Prendedlo vosotros y crucificadlo!» (Juan 19,6). De este modo se lava las manos del asunto y hace recaer la responsabilidad sobre la violenta muchedumbre.
Así pues, la condena de Dios por parte del hombre no se basa en la verdad, sino en la prepotencia, en una engañosa conjura. ¿No es exactamente ésta la verdad de la historia del hombre, la verdad de nuestro siglo? En nuestros días, semejante condena ha sido repetida en numerosos tribunales en el ámbito de regímenes de opresión totalitaria. Pero ¿no se repite igualmente en los parlamentos democráticos cuando, por ejemplo, mediante una ley emitida regularmente, se condena a muerte al hombre aún no nacido?
Dios está siempre de parte de los que sufren. Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber aceptado libremente el sufrimiento. Hubiera podido no hacerlo. Hubiera podido demostrar la propia omnipotencia incluso en el momento de la Crucifixión; de hecho, así se lo proponían: «Baja de la cruz y te creeremos» (cfr. Marcos 15,32). Pero no recogió ese desafío. El hecho de que haya permanecido sobre la cruz hasta el final, el hecho de que sobre la cruz haya podido decir como todos los que sufren: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15,34), este hecho, ha quedado en la historia del hombre como el argumento más fuerte. Si no hubiera existido esa agonía en la cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar.
¡Sí!, Dios es Amor, y precisamente por eso entregó a Su Hijo, para darlo a conocer hasta el fin como amor. Cristo es el que «amó hasta el fin» (Juan 13,1). «Hasta el fin» quiere decir hasta el último respiro. «Hasta el fin» quiere decir aceptando todas las consecuencias del pecado del hombre, tomándolo sobre sí como propio. Como había afirmado el profeta Isaías: «Cargó con nuestros sufrimientos, [...] Todos estábamos perdidos como ovejas, cada uno iba por su camino, y el Señor hizo recaer sobre Él la iniquidad de todos nosotros» (cfr. 53, 4 y 6).
El Varón de dolores es la revelación de aquel Amor que «lo soporta todo» (1 Corintios 13,7), de aquel Amor que es «el más grande» (cfr. Romanos 5,5). En definitiva, ante el Crucificado, cobra en nosotros preeminencia el hombre que se hace parhcipe de la Redención frente al hombre que pretende ser encarnizado juez de las sentencias divinas, en la propia vida y en la de la humanidad.
Así pues, nos encontramos en el centro mismo de la historia de la salvación. El juicio sobre Dios se convierte en juicio sobre el hombre. La dimensión divina y la dimensión humana de este acontecimiento se encuentran, se entrecruzan y se superponen. No es posible no detenerse aquí. Desde el monte de las Bienaventuranzas el camino de la Buena Nueva lleva al Gólgota, y pasa a través del monte Tabor, es decir, del monte de la Transfiguración: la dificultad del Gólgota, su desafío, es tan grande que Dios mismo quiso advertir a los apóstoles de todo lo que debía suceder entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua.
La elocuencia definitiva del Viernes Santo es la siguiente: Hombre, tú que juzgas a Dios, que le ordenas que se justifique ante tu tribunal, piensa en ti mismo, mira si no eres tú el responsable de la muerte de este Condenado, si el juicio contra Dios no es en realidad un juicio contra ti mismo. Reflexiona y juzga si este juicio y su resultado -la Cruz y luego la Resurrección- no son para ti el único camino de salvación.
Cuando el arcángel Gabriel anunció a la Virgen de Nazaret el nacimiento del Hijo, revelándole que Su Reino no tendría fin (cfr. Lucas 1,33), era ciertamente difícil prever que aquellas palabras preludiaban tal futuro: que el Reino de Dios en el mundo se tendría que realizar a un precio tan alto, que desde aquel momento la historia de la salvación de toda la humanidad tendría que seguir un camino semejante.
¿Sólo desde aquel momento? ¿O también desde el inicio? El evento del Gólgota es un hecho histórico; sin embargo, no está limitado ni en el tiempo ni en el espacio, alcanza el pasado hasta el principio y se abre al futuro hasta el término mismo de la historia. Comprende en sí mismo lugares y tiempos, comprende a todos los hombres. Cristo es lo que se espera y es, al mismo tiempo, el cumplimiento. «No hay otro Nombre dado a los hombres bajo el cielo por el que esté establecido que podamos salvarnos» (Hechos de losApóstoles 4,12).
El cristianismo es una religión de salvación, es decir, soteriológica, para usar el término que usa la teologfa. La soteriología cristiana se centra en el ámbito del Misterio pascual. Para poder esperar ser salvado por Dios, el hombre tiene que detenerse bajo la Cruz de Cristo. Luego, el domingo después del Sábado Santo, tiene que estar ante el sepulcro vacío y escuchar, como las mujeres de Jerusalén: «No está aquí. Ha resucitado» (Mateo 28,6). Entre la Cruz y la Resurrección está contenida la certeza de que Dios salva al hombre, que Él lo salva por medio de Cristo, por medio de Su Cruz y de Su Resurrección.
miércoles, marzo 14, 2018
martes, marzo 13, 2018
sábado, marzo 10, 2018
Don Elías Yanes. Enamorado de la Iglesia
Pocos meses después de mi trasplante de médula quise llevarle el comic sobre Rovirosa |
Don Elías Yanes fue un gran creyente, un bautizado consciente, y un gran humanista, como sus amigos nos recordarán ahora que ha fallecido. Quisiera destacar en estas líneas solo dos detalles desde mi conocimiento lejano y afectuoso. Cuando salió el cómic con la vida de Rovirosa quise llevárselo personalmente y así supiera de mi mejoría de salud en directo. Pasamos un rato muy agradable. Seguía entusiasmado con la Iglesia.
La nota que destaco más de él es su eclesialidad.Al joven Elías Yanes la jerarquía le había tratado mal y -sufriendo- aprendió ese delicado amor que profesaba por la Iglesia; me parece tenía una relación esponsal. Ésta relación creo que se la debía al pueblo (ese que tantas veces hay que seguir porque tiene buen olfato, dice Francisco). Julián Gómez del Castillo contó muchas veces que cuando vino a La Palma, a la ordenación episcopal de don Elías, le impactó un hecho: cuando el obispo de Tenerife (que no le había querido mucho) y don Elías se dieron el abrazo propio de la ceremonia... el pueblo rompió a aplaudir; el aplauso duró bastante y ellos no se soltaban. Así los "pastores" se reconciliaban con la colaboración del pueblo que amaban.
La segunda nota que querría destacar es su amor (dentro de la Iglesia esposa) por la militancia cristiana. Nos dijo en Las Palmas de Gran Canaria: "Tanto Camilo Sánchez, en su función de alcalde de Santa Lucía, como Remigio Vélez, en la de defensor de los derechos portuarios, supieron encarnar su fe en la lucha solidaria desde Canarias. Conocí en Tenerife el origen del primer grupo clandestino de la Hermandad Obrera Católica y a quien conocí bien fue a Tomás Malagón, que fue uno de los que más influyeron en el Movimiento Obrero Cristiano. Con él puse en marcha la HOAC en Tenerife y Las Palmas". Recuerdo su alegría cuando nos reuníamos sacerdotes y laicos como núcleos de Iglesia.
Y un tercer detalle: su realismo utópico. Cuando se estudie su relación con sindicatos, partidos, vida ciudadana, militantes etc... creo que se descubrirá que para él, el realismo formaba parte de la Utopía; denostaba un pragmatismo simplón y materialista pero también una utopía que fuera ilusoria. Fue, como Pablo VI, un apasionado del diálogo. Ahora aparecerá la enorme red de diálogo que tejió don Elías; nos llevaremos sorpresas muy agradables.
Iglesia, militancia, utopía, tres notas en una. Las hemos visto hechas carne, hoy tenemos motivos de Alegría: la alegría de evangelizar.
jueves, marzo 08, 2018
martes, marzo 06, 2018
lunes, marzo 05, 2018
domingo, marzo 04, 2018
EL PADRE DE LA MISERICORDIA
Al ver y comentar la parábola tenemos que reflexionar sobre la importancia de
-RECONOCER LO QUE HACEMOS MAL
-PEDIR PERDÓN Y PERDONAR
También sería muy bueno que en la familia encontráramos un espacio (¿al leer un cuento y acostarse? ¿al volver del colegio?) sobre lo que HACEMOS MAL... Esta es una práctica que es una de las mejores catequesis que podemos tener
Otra versión:
sábado, marzo 03, 2018
jueves, marzo 01, 2018
LA BODEGA DE BLASCO IBAÑEZ por Amparo Gómez
Magnífica descreipción del caciquismo.
De la explotación en la cosecha del vino.
Del efecto terrible en el alcoholismo para el pueblo oprimido..
De la explotación en la cosecha del vino.
Del efecto terrible en el alcoholismo para el pueblo oprimido..